jueves, 14 de mayo de 2020

Relatos breves por debajo de la puerta

Está pasándome algo bastante extraño. Desde hace algún tiempo me llegan de noche a mi casa, cartas con historias cortitas.
En esta ocasión: "Un gato sueco"


jueves, 10 de octubre de 2019

Jamlet en las orillas

La perspectiva socio-inclusiva en "Jamlet de Villa Elvira".

            "Esto es una orilla, acá estamos alejados de todo, y hay mucha creatividad en las orillas" retrata Ariel del teatro El Galpón. Más adelante Pedro resuelve que la inclusión pudiera lograrse cuando uno siente "encontrar un propósito en esta vida", y Bariloche complementa cuando dice que para él "el barrio es como un corazón dañado". Quignard escribe y luego Juan Pablo lo cita (más o menos) en plena charla con el elenco, cuando dice que "las orejas no tienen párpados, no podemos dejar de escucharlo todo en todo momento", y luego, en el acto 4, un personaje de la obra cuenta algo que leyó escrito en alguna pared del barrio, algo que la actriz que lo encarna también podría opinar: "Si nos organizamos ganamos todos, acá no se rinde nadie”. Por último, entre medio, Ofelia encarga, por favor, citando a Lezcano (que antes ha citado a Orosco): "no te creas tan importante". 
            Citas, y citas de citas. De esto es que se construye este relato, una historia dentro de la historia de un barrio: Jamlet de Villa Elvira, el Jamlet de acá cerca, ese que se escribe como suena. El Jamlet con J, el de las adyacencias, que carga con el verbo, aquel que comunica el relato profundo, mientras te arroja la realidad en la cara. A él lo acompañan Ofelia, Horacio, Claudio y Gertrudis, todos ellos con sus realidades a cuestas, ni buenas/os ni malas/os, los límites maniqueos de la moral se diluyen en el barro de las calles inundadas. Y detrás de ellas/os unas chapas, estructuras agobiadas por falta de planificación, un entorno escenográfico en el cual, a su vez, conviven la luminosidad de los momentos y las imágenes y sonoridades del barrio: la chapa, el cielo, el tráfico, perros, el agua, todo proveniente de Villa Elvira. 
            Desde este sábado y durante todo Octubre y Noviembre de 2019 los sábados y domingos en el teatro Dynamo de la ciudad de La Plata, quien deseara transformarse en público de esta obra asistirá a la confluencia de dos planos, dos historias que se entrecruzan, que son la misma historia: el teatro y el documental conforman una ventana por la cual se puede ver hacia una realidad actual y situada que, a pesar de su cercanía geográfica, se distancia a diversos niveles de "la orden del día".
            Este proyecto teatral multimedial es una de las 3 producciones anuales del programa perteneciente al Teatro Nacional Argentino Cervantes "TNA produce en el país", y tiene como principal eje la inclusión social, ya desde el abordaje del público que la producción del Teatro Cervantes lleva a cabo desarrollandodistintos recursos de accesibilidad: «visitas táctiles», que consisten en habilitar el contacto táctil con la escenografía y vestuarios para componer el universo que se propone sobre la escena, lenguaje de señas en las funciones; traducción al braille de las gacetillas, contenidos de redes y sitios web; y programas de mano subtitulados y/o en lenguaje de señas, entre otras propuestas que ya se están implementando. Pero también desde el contenido y gestión de la obra en si es que se plantea la inclusión social, pensado como un recurso de accesibilidad en este caso para des-invisibilizar una compleja realidad circundante. Jamlet de Villa Elvira nace del mismisimo barrio, su génesis tiene lugar en el teatro El Galpón (Villa Elvira), en donde el colectivo La Franja Social Teatral en conjunto con quien dirije la obra, Blas Arrese Igor, comenzaron experimentado ya hace tiempo la actividad teatral entre vientos y mareas (casi literalmente). De esa experiencia provienen las/os nóveles  actores y actrices: Giuliana Ojeda (Ofelia), Pedro Rodriguez (Jamlet) y Maju Cartaman (Horacio); y se suman la actriz y el actor villa elvirenses Norma Camiña (Gertrudis) y Marcelo Perona (Claudio). El proyecto ha proporcionado a estas/os acores y actrices (ahora en términos sociales) un escenario y un personaje para expresarse, comunicar, contar lo que les sucede y lo que al rededor de ellas/os sucede. A este elenco se suma un equipo compuesto por María Ibarlín (asistencia de dirección), Juan Zurueta (diseño de iluminación), Margarita Dillon (diseño de escenografía y vestuario), Marianela Constantino (diseño audiovisual) y Juan Pablo Pettoruti (música y diseño sonoro): Todas/os ellas/os componen "Jamlet de Villa Elvira".
            "Citas y citas de citas", la cita de la cita que no sólo funciona en el plano de lo literal sino también para tratar y referirse a los temas coyunturales. El Hamlet shakespeariano hablaría de un presente, pues el Jamlet de por acá hace lo propio, ya que su discurso teatral, electroacústico, barrial, se encuentra también enreverado de una actualidad y sus problemática. 
"Jamlet de Villa Elvira": de las orillas del mar, a las orillas del río.


por Juan Pablo Pettoruti
Foto de Mauricio Cáceres

domingo, 23 de junio de 2019

Arcadia y las palomas


            En el audio ella habla de la familia, de su historia, de los comienzos de un camino que ya viene transitando hace más de 40 años. Junto a la voz añeja se escuchan brevísimas intervenciones bocca chiusadel entrevistador y el percutir de una cuchara revolviendo lo que hacia el final del audio no enteraremos, se trata de un café. En determinado momento ella habla sobre la memoria, lo que le cuesta retener algunos recuerdos. Los mediodías es cuando más lúcida se encuentra, entonces se toma un tiempo para anotar sus ideas. Las anota para luego recordarlas cuando esa "sensación de vacío" le ataca finalizando las jornadas. En la entrevista pareciera recordarlo todo con lujos de detalle (mediodía, seguramente). Entonces, encontrándose su relato tal vez en el momento más álgido y triste, recordando una colección de objetos que ella guarda para su nieta desaparecida, hace una pausa en su verbo y, aprovechando esta lucidez que le inunda (dice ella), cuenta al entrevistador sobre una vez, cuando ella era muy pequeña. Una tarde tormentosa en la que al llegar a la escuela le dijeron que se vuelva a la casa, que aquella tormenta no era tal, sino un volcán cercano en actividad, y que debían evacuar. "Empezó a caer ceniza. Una noche absoluta, iluminada sólo por relámpagos. Recuerdo haber sentido eso, el silencio." Relata sobre esa tarde, pero luego continua: "Y ahí estaban, eran dos torcasitas. Papá me había dicho que les dejara agua, comida y la puerta abierta, y que ellas sabrían qué hacer si la situación empeoraba. Y yo lloraba." Prosigue su avejentada voz contando sobre su relación con los pájaros, como los cuidaba, los criaba, cómo ellos la despertaban posándose sobre su cama en la mañana, cuando su padre abría las puertas de esos palacios que parecían las jaulas; y finaliza el lapso, sin empargo, agradecida de esas vivencias hermosas que tuvo de chica, recuerdos que en "épocas mucha tristeza" le han "ayudado a salir adelante". Dice esa voz sobre dichos recuerdos: "Son como pájaros que vuelan dentro mío. No los palpo, no los veo, pero están". 
            Resulta interesante la idea de que todos heredamos "un cierto ideal caprichoso de felicidad, un ideal sostenido en recuerdos compartidos, en parte verdaderos, en parte inventados, de veranos durante la infancia, llenos de sol y de agua y en los que los días no tenían fin. Todas las culturas inventan su propia Arcadia (...)." (John Berger : Confabulaciones : 35). Aun más interesante, si pensáramos que este lugar, Arcadia, pudiera construirse no sólo en una dimensión espacio-temporal colectiva sino también individual, tal vez luego de ya haber recorrido la mayor parte de nuestros caminos, podríamos decir que ella, la voz en el audio, nos ha llevado en ese breve pasaje de paseo a su Arcadia, ese lugar sumergido en los recuerdos en el cual sobrevive la lucidez de un sentimiento, el silencio percibido no como un fenómeno acústico, sino como un estado interno, el paisaje sonoro del recuerdo. Me refiero a la dimensión sonora de la memoria, el recuerdo de un momento y un espacio asentados en la infancia. Ella y los pájaros hasta en los momentos más intensos y extravagantes, un vínculo que la acompañó hasta el final de sus días. Y todo surge a colación de unas cosas que ella guarda junto a su esperanza para darle a su nieta desaparecida, entre estas cosas hay un oleo de dos torcasitas que ella pintó cuando tendría uno puñado de años de vida.

lunes, 4 de diciembre de 2017

El sonido de una ciudad


Breve reseña sobre la máquina de relatos, y el entramado de culturas que conforman el Gran La Plata.

         Una adolecente logra acercarse a sus raíces mapuches a partir de un viaje al sur. En cambio, un viaje similar significa para otra mujer con sus cuatro hijos el mismísimo infierno. Otro caso es el de la joven que se ha convertido al islam y desde hace ya dos años confronta los problemas del maniqueísmo bélico de moda: al verla en la parada del micro, algún alma perdida en los estereotipos le grita “¡terrorista! ¡Sacate ese velo, hija de puta!“. La señorita Treveck escapó de la segunda guerra mundial luego de perder a su marido y a su hijo. Se instaló en la ciudad de La Plata para trabajar como oficiala en un taller de costura. La nieta de su jefa recuerda haberla despedido en el puerto el día que, ya jubilada, decidió volver a su alejada patria italiana. Una procedencia similar se le atribuye a la señorita Paulina, quien ha dejado en la memoria de la hoy abuela Verónica un eterno resonar musical de domingo, cuando de niña, en lo de sus tías, escuchaba a la misteriosa mujer deleitando a los presentes con sus Klavier Etude. También Erica proviene de otro país, pero ella cuenta su propia historia, de cómo las vueltas del destino, pese a tantas dificultades, la llevaron a dedicarse a la música. Y luego, si damos a la escucha el tiempo suficiente, podremos encontrarnos con muchas más realidades: por ejemplo, la historia de lo que significó ser la primer micrera de la ciudad, o de cómo esa señora, tercera generación de trabajadorxs ferroviarios platenses en su familia, se transformó en cofundadora de uno de los espacios artísticos y culturales más importantes de la ciudad. Estamos hablando de los relatos de una máquina: la instalación sonora llamada „La máquina de Macedonio“.
            Inspirada en la novela "La Ciudad Ausente" del escritor Ricardo Piglia y en la mítica historia de amor del escritor platense Macedonio Fernández y su esposa Elena, esta instalación sonora tiene como objetivo llevar a la máquina de narrar al plano audiovisual. Se trata de una estructura metálica emplazada al aire libre, a través de la cual sonarán día y noche voces de diferentes mujeres narrando historias, que llevarán al oyente a dar breves vistazos a través de diversas realidades. A su vez el público podrá interactuar con la máquina mediante la aplicación Whatsapp, enviando mensajes de audio con relatos, comentarios y/o sonidos varios, a un número telefónico que podrá verse en la misma escultura. Con el tiempo los mensajes pasarán a formar parte del repertorio sonoro de la máquina, la cual ha sido instalada en los parques del Centro Cultural Estación Provincial, en el emblemático barrio Meridiano V.

        „La máquina de Macedonio“ reproduce el sonar del territorio y su entramado sociocultural. Esta pieza no busca establecer los límites de una cultura, sino relevar las diferentes culturas que conviven en- y conforman el Gran La Plata. En sus voces femeninas se podrán oír las virtudes, los pesares y curiosidades de la urbe platense y sus adyacencias, expresadas siempre desde del punto de vista de la vivencia.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Redes, lenguaje y tendencia

 Los artículos “les“ y “lxs“ y una marcada tendencia en las redes sociales.

 Tal vez debido a la informalidad de las redes sociales, al no estar atadas a modales, y que su contenido no se aferre a líneas editoriales o busque llegar a determinados niveles de algún tipo de calidad, se dejan entrever en estas marcadas tendencias con respecto a las formas de expresión sus usuarios. Si entendiéramos los contenidos de las redes sociales como una forma de expresión provenientes de recortes de determinados universos sociales, entonces las tendencias que en estos espacios se expresan, podrían ser un interesante objeto de análisis. Es así como navegando en estos tormentosos mares de contenidos puede uno tropezarse sin quererlo con un subrepticio cambio lingüístico, o cuanto menos una interesante propuesta. Una de las tendencias que ha comenzado ya hace un tiempo a delinearse en las redes sociales, es el uso de los artículos unisex en los post, para evitar la omisión del género femenino en los caso en los que el idioma español así lo contempla, supuestamente incluyéndolo en un artículo que se lee y suena como el artículo plural masculino los. Esta particularidad de la lengua española que pareciera ser una cualidad menor, ha sido tomado como un potencial punto de cambio en la desigual consideración histórica de la mujer con respecto al hombre en las sociedades machistas. Teniendo en cuenta que el ser humano se refiere a la realidad principalmente mediante el lenguaje (o los lenguajes), tal vez un cambio certero en los idiomas sea lo que nos lleve casi sin darnos cuenta a una nueva forma de expresar la realidad y posteriormente interpretarla. La síntesis de los géneros femenino y masculino en un nuevo artículo: lxs o les, guarda en si un claro mensaje, y confronta a su vez la omisión del género femenino bajo una sonoridad masculina. ¿Constituye esta licencia en le lenguaje un problema para la expresión o para la interpretación? Es decir ¿podré hacerme entender utilizando al escribir también los artículos les o lxs? Por un lado el artículo lxs (cada vez más utilizado en los post de convocatorias en redes sociales) parece ser más amable a la lectura, debido a que, pese a su fin abarcativo, su dificultosa sonoridad termina por ser suplantada en el plano verbal (al leerse en voz alta) por los artículos las o los, lo cual es, en definitiva, una desventaja. Por otra parte el artículo les, aunque ya presente en la lengua española en forma por ejemplo de interjección, posee como artículo una sonoridad nueva, que pese a poder generar en un principio breves detenciones en la lectura, no debido a un quiebre en el sentido, sino producto del proceso de acostumbramiento de les lectores, es justamente esta nueva sonoridad la que evita la sustitución del artículo neutral o abarcativo por el género masculino o femenino en el plano verbal y mantiene, a su vez, el ritmo del escritor intacto. Se podría argüir rápidamente que la lengua española ya contiene herramientas para referirnos a ellos y a ellas cada vez que así nosotros lo dispusiéramos. Sucede que además de que el idioma español contiene en su “reglamento“ la omisión del género femenino en algunos casos como una forma correcta; de tomarnos el trabajo (desde ya genuino) de escribir en cada caso refiriéndonos tanto a los sujetos femeninos como al los masculinos, el ritmo de la lectura se vería perjudicado, entonces el argumento sería nuevamente, la falta de elocuencia. En el ámbito de la música, a pesar de su discutible condición de lenguaje, las convenciones han sido y serán fuertes y casi inamovibles pilares sobre los cuales se sostienen tanto las sonatas de Mozart, como los cortes de un nuevo album de Beyoncé. No obstante, cada cierta cantidad de años y una cantidad tal de circunstancias favorables, un Cage, un Kagel o una Björk ponen en jaque las convenciones musicales reinterpretándolas, reinventándolas o destruyendolas; y así comienzan a convivir en un mismo “lenguaje“ diversas formas de expresión, hasta que una nueva convención se establece. Esto que en el arte en general pareciera formar parte de un irremediable ciclo, en los idiomas no suele suceder. No sólo en las redes sociales se ha comenzado a utilizar de forma corriente este tipo de artículos. Algunas radios de trayectoria de capital federal, como por ejemplo La Tribu, ya han puesto en práctica el artículo les en muchos de sus programas. Un antecedente de similares caracteresticas es la exposición hecha por la doctora en Lenguas y Literaturas Romances Karina Galperin en el marco de las charlas TED Río de La Plata “¿Ase falta una nueba ortografía?“, en la cual la disertante pregunta al público si hace falta simplificar la ortografía, deshaciéndose, entre otras cosas, de la “H“ muda. En este caso el cambio que se propone es algo drástico, ya que además de confrontar una arraigada convención, Galperín también se pregunta por la vigencia de nuestro sistema educativo. En el caso anterior el tema se propone de forma teórica y sistemática, en cambio las convocatorias en facebook lo hacen de forma pragmática y despreocupada, y esto significa una gran ventaja, ya que el cambio propuesto no se ha planeado o premeditado, sino que forma parte de un devenir. Es en este último punto en el que el uso de los artículos unisex parecieran tratarse de un hecho, un cambio que ha comenzado a torcer la convención, tal como tantos otros pequeños e inadvertidos cambios que ha sufrido nuestro idioma español lo han hecho. La intención de este cambio es clara: la no omisión de un género tanto en el lenguaje escrito como en el verbal, y en consecuencia una expresión y posterior percepción sintética del discurso, que se refiera a una realidad tan masculina como femenina. El vértigo ante lo “erróneo“ es un clásico síntoma frente al vacío de la convención. La realidad cambiará en tanto nosotros la cambiemos, y preguntándonos todo, hasta los por qué de las más arraigadas convenciones, para luego discutirlos, puede ser un posible camino para comenzar a lograrlo. Será entonces oportuno tener en cuenta que: “El éxito de toda reforma ortográfica que toque hábitos tan arraigados, está en la prudencia, el consenso, el gradualismo y la tolerancia. Pero tampoco podemos dejar que el arraigo a viejas costumbres nos impidan seguir adelante.“(*) (*) Sic.: ¿Ase falta una nueba ortografía? - Karina Galperin - TED x Río de La Plata -

miércoles, 8 de marzo de 2017

Lxs


Acercándonos a otro Día Internacional de la Mujer, brotan nuevamente necesarias pero añejadas discusiones socioculturales.

Entre tantas otras historias, cuentan en mi familia que una de mis bisabuelas por parte materna fue la primer mujer en la familia en obtener el registro de conducir. En la década del 20 el registro significó para ella la expansión de su libertad. Su padre, quien había adquirido el Fort A, no lo manejaba por encontrarse ya muy anciano y su hermano no tenía interés alguno en aprender a manejar, luego de estrellar el auto contra una pared al intentar utilizar la reversa. Entonces ella era quien disponía del auto, el más moderno y práctico medio de movilidad. Contaba Elena a sus nietas, que un problema que ella tenía, era que su largo vestido se enredaba en los pedales y la palanca de cambio, dificultándole el manejo. En esa época la mujer usaba vestido largo, o mejor dicho, y teniendo en cuenta la importancia de una convención: la mujer debía usar vestido largo, porque otras prendas serían mal vistas. Tampoco era posible arremangárselo, ya que esto podría haber generando disgusto en un eventual copiloto masculino. Tan sólo comparando aquellos tiempos con los que corren podremos entender la magnitud de dicha convención: hoy en día ninguna mujer tendría problemas en utilizar los pedales o caja de cambios de su auto por deber usar tal o cual prenda de ropa. No sólo el tiempo sino también el esfuerzo y la persistencia de otras tantas mujeres anónimas, han logrado que estos deberes, convenciones e imposiciones sean hoy un recuerdo, o, en el peor de los casos, reprochables situaciones a denunciar.
No obstante, bajo nuevas formas de expresión y nuevas técnicas de implementación, la misoginia persiste firme en el presente. Este año, en medio de las sesiones del Parlamento Europeo en el marco de la discusión sobre la brecha salarial existente entre hombres y mujeres, retrotrayéndonos a tiempos de vestidos enredados en pedales, el Eurodiputado polaco Korwin-Mikke se refirió a las mujeres como “más débiles y menos inteligentes que los hombres“, bajo el ingenuo argumento de que allá en tiempos de olimpíadas griegas las mujeres ocupaban el puesto 800 (en algún tipo de ranking) y que entre los primeros 100 puestos de lxs actuales mejores jugadorxs de ajedrez del mundo no se encuentra ninguna mujer. Más allá de que un ranking mundial de ajedrecistas no suponga una lista de las personas más inteligentes del mundo (lisa y llana inteligencia) y que difícilmente la referencia a la antigüedad represente ápice alguno de la realidad contemporánea; el que un comentario de este tipo tenga lugar durante las sesiones del Parlamento Europeo en nuestros tiempos, es preocupante. Descartada la posibilidad de que el comentario de Korwin-Mikke se trate de una chicana política, debido a su fin misógino, nos encontramos frente a un mal curado problema de fondo de tantas sociedades en diversas partes del mundo. A todo esto, y también gracias a los tiempos que corren, en esa misma sesión e inmediatamente después del exabrupto, la diputada por España respondió al infundado comentario aclarando que ella se encontraba allí para defender a las mujeres europeas de hombres como él.
Más allá de que las necesarias discusiones sobre temas del tal calibre se vean vejadas por agresivas intervenciones, lamentablemente es cierto que una parte de la sociedad (en este caso la polaca, pero pudiéndose tratar de la alemana, la francesa, la danesa o la estadounidense, por ejemplo) elige como parlamentarixs, tanto en el parlamento nacional como en el europeo, a representantes que no sólo pregonan este tipo de ideas misóginas sino que pretenden implementarlas y/o hacerlas perdurar. Y no es sólo la igualdad de género contra lo que se destacan dichxs representantes, sino también contra la igualdad en términos generales, o mejor dicho la integración: políticas migratorias, sin importar sexo o religión. Se conoció el dato de que la entrada de Korwin-Mikke al parlamento europeo se debió al fuerte apoyo (logró un 28,5% de los sufragios) por parte de lxs polacos de entre 18 y 25 años en las elecciones de 2014. El rango de edad de lxs votantes es preocupante y potencialmente peligroso, pero lo que no se especifica es si se tratan de votantes polacos o de votantes polacos y polacas, lo cual significaría una diferencia sustancial para el análisis de este caso. Korwin-Mikke es una de las tantas apariciones cíclicas del populismo centroeuropeo (y sus nombres de pila de a cuerdo a la época), las cuales no parecieran responder sólo a una determinada circunstancia, sino también a una lamentable e inherente cualidad deshumanizante que se replica cada tanto en algunas minorías de turno. Estas son ideas fijas e inmutables que se basan en peligrosas falacias que, por ejemplo, el hace poco fallecido filósofo Todorov ha sabido desglosar.

Ya no resulta increíble que lxs representantes de las minorías que creen en un sueldo inferior para la mujer, o que lxs inmigrantes (dependiendo del poder económico de dichxs inmigrantes) son la causa de un debilitamiento cultural, o de la creciente inseguridad, se manifiesten hoy despreocupadamente sobre estas cuestiones aludiendo  una políticamente incorrecta forma de expresarse. Pese a todo esto, los cambios están sucediendo y su continuidad y perdurabilidad dependen tanto de lxs representantes en el poder como de lxs representados. La inmediatez de un cambio, como por ejemplo sería la igualdad de género en los tantísimos espacio socioculturales en los cuales esta no se contempla, puede que tenga lugar en los reductos políticos, allí donde una decisión puede torcer el timón de una vez. Pero la profundidad de un cambio, su arraigo y efecto, tiene sin duda lugar en el llano, allí donde cualquier ciudadanx puede tomar partido, la cotidianidad. Las propuestas son de lo más variadas: cambios en el lenguaje en los medios de difusión, tanto en el plano escrito como en el verbal, para evitar la sonoridad del masculino en los artículos y sustantivos del plural mixto. La utilización de líneas de comunicación directa frente a la violencia de género. La denuncia de dichos actos de violencia. Diversas actividades informativas para tomar conciencia al respecto, tanto en el ámbito artístico como en el político. Integración a partir de los espacios de expresión artística (orquestas, performances colectivas, etc…). El cambio está encausado en cada uno de nosotros y, acercándonos al Día Internacional de la Mujer, valdrá la pena apoyar estas iniciativas y observar, ya no sólo conmemorativamente y con mayor empeño, si el necesario cambio sociocultural continúa a paso firme su rumbo, si la bisabuela Elena, con su reluciente registro en mano y sin enredo alguno presionará, con sus despreocupadas pantorrillas desnudas, el embrague, el freno o el acelerador.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Relatos hansiáticos - N°1



Aclaración inicial

A uno se le escapan los detalles de la realidad más de una vez. Esto sucede porque no podemos pensar todo el tiempo en todo, por lo tanto damos a nuestra percepción de vez en cuando un descanso, dejando algunos detalles atrás. Una diferencia entre la repetición y la recurrencia, es que en la repetición el suceso tiene lugar la segunda vez tal cual la primera, sin diferencias. Mientras que la recurrencia reconoce la diferencia, es decir, algo sucede nuevamente, pero con una variación. Esta diferencia no llega a distanciar al primer suceso del segundo tanto como para entender estos dos sucesos como dos situaciones u objetos totalmente disímiles. Los hechos mantienen su esencia y debido a que nuestra percepción descansa en los detalles, parecieran que dichos hechos se repitieran idénticos.
Este fenómeno por el cual nuestra inteligencia desecha los detalles sobrantes en nuestro entorno, no es un simple capricho, sino una barrera de defensa contra dos potenciales dolencias: la locura y el egoísmo. Si pudiéramos percibir cada cosa, suceso y sucediendo a nuestro alrededor, no seríamos capases de procesarlo todo, ya que no tendríamos tiempo entre „cosa“ y „cosa“ para discernir y discriminar, no entenderíamos porque careceríamos de la pausa, la cesura y la tranquilidad necesarias. Por suerte nuestra psique se las arregla lo suficiente (en el mejor de los casos) para camuflar las recurrencias en repeticiones y así darnos patrones simples y fáciles de organizar. Por otra parte, y ya a titulo personal, la recurrencia camuflada me sirve para vivir en paz y armonía conmigo mismo (egoísta sin cura). Y antes de pasar al siguiente párrafo, aclaro que sobre esta última barrera defensiva hablaré de modo personal, porque es allí, en mi persona, donde he descubierto dicha defensa, y como no pretendo ser la unidad humana que a todos represente, dejaré en manos del lector la eventual generalización de mi afirmación anterior. Como ya es costumbre, me explayaré sobre el tema expuesto con una pequeña muestra de la realidad, llevada al lector por medio de un relato.



El hombre que fumaba sentado en la escalera

Cada lunes, martes y jueves de cada semana de cada mes, tengo en mi grilla de horarios (grilla mental) la cita en el club de deportes. Practico dos horas de boxeo dos veces por semana. En mi agenda hay tres días posibles para el boxeo y yo practico sólo dos de esos días, por lo que genero entre los tres días, dependiendo de lo que la semana depare, cierta aleatoriedad en la que cada semana, uno de los días queda libre: aveces los lunes, aveces los martes y aveces los jueves. Este juego da como resultado una rutina flexible. Misma frecuencia semanal, sobre diferentes días. Entonces, lo que parece ser una repetición exacta en mi rutina (dos veces por semana practico boxeo) se plaga de rugosas recurrencias que mi mente va alisando para que el fluir de la agenda no se apesadumbre. Es por eso que cuando algo sucede antes, durante o luego de los entrenamientos, me es difícil ubicarlo en un punto exacto del pasado, ya que sólo es seguro que tal hecho tuvo lugar el lunes, el martes o el jueves, pero también es seguro que hay uno de esos días en el que tal hecho no sucedió. Cuando algo en esta rutina flexible ha cambiado y llama demasiado mi atención, entonces la barrera defensiva cesa su funcionamiento por unos segundos y noto lo que antes no, eso que mi percepción, en pos de defenderme de mi mismo, ha dejado pasar.
El recorrido al club no es largo, me lleva unos 10 minutos a pie. Son: tres calles, luego un puente que cruza sobre el río, un estacionamiento, unas escaleras que me llevan a otra calle por la cual camino una cuadra, luego a la derecha y dos cuadras más. Siempre el mismo camino y las mismas cosas, los mismos tiempos y detenciones. Muchas veces me he cruzado con la misma gente. Gente que quizá, a su vez, tengan que recorrer parte de este mismo camino para completar algún segmento de su rutina. Pero una persona en particular es la que me ha llamado la atención. Sobre los primeros tres escalones de la escalera de mi ya mencionado recorrido, sentado sobre un maletín, con sus piernas retraídas y su frente gacha, vestido de traje raído, toma en un vaso de whisky su cerveza un extraño. A este sujeto lo veo una vez por semana, pero no sé qué día. Él es una repetición perdida en mi rutina flexible. Ha llamado mi atención por su interesante accionar: lo veo tomando y fumando de ida al club, y a la vuelta sigue allí, sin importar la inclemencia del tiempo, tomando cerveza de su vaso de whisky y fumando su cigarrillo. Cada semana lo he visto y lejos de preocuparme por su persona, mi curiosidad ha sido efímera y recreativa: he imaginado su vida, su porvenir y su procedencia. Su vestuario refiere algún trabajo de oficina, pero su figura decadente denota indigencia, el hombre parece haber perdido el trabajo y estar haciendo tiempo, ahogando en alcohol la angustia de tener que contarle la mala noticia a su familia. Lo extraño era que cada vez que lo veía (y esto era seguido) se encontraba en la misma situación. Incluso llegué a pensar que lo despedían cada semana y que él hacía tiempo cada vez; teoría que deseché por el temor que me causó la idea de la posibilidad de que un hombre se encontrase encerrado en una especie de carrusel del destino, sentado sobre un caballo o un autito, dando vueltas indefinidamente sin poder detener la marcha de sus despidos. Lo que quedaba entonces, era pensar que este individuo se encontraba estancado en el instante en que decidió retener la mala noticia de su despido hundiéndose en la bebida, y que hasta pudieran ser ya desde hacía muchos años que el hombre se sentaba allí, en esa escalera mugrienta casi abandonada, a sopesar su vida (que se habría transformado en un instante) con su vaso de whisky lleno de cerveza. Todo este ir y venir fantasioso duraba sólo unos instantes luego de que, yendo a mi entrenamiento, me lo cruzaba. Después de una cuadra, girar a la derecha y dos cuadras más, empezaría mi entrenamiento y el conglomerado de mis ideas se concentraría en la bolsa de arena o el rostro de mi contrincante, y ya toda pista referente al personaje en las escaleras se esfumaría.
Más de una vez asocié la escalera con su figura. Camino al club, como cada lunes, martes o jueves, me pregunté ante su ausencia ¿dónde estaría? También quise ubicarlo, acomodarlo en mi rutina, en mi lista de repeticiones superficiales, para así no pensar tanto en él. Pero no pude, no supe, a causa de esta flexibilidad semanal, qué día era ese en el cual yo compartía con este extraño personaje, por unos segundos, tiempo y espacio. Pasaron meses y el hombre seguía entrometiéndose en mi rutina y yo sin poder camuflarlo de repetición. Su astucia (si hubiera sido adrede) era de no creer. ¿Se sentaría allí en forma aleatoria también? Aveces los lunes, aveces los martes y aveces los jueves (y aveces, tal vez, ¿algún otro día de la semana?). Llegué a creer que era su forma de no caer en el alcoholismo: sin dejar el habito, impedir que la ingesta de alcohol se transformase en una rutina, que se alise junto a lo demás y que deje de ser algo peculiar y así, fácilmente detectable en todo momento para su eventual control. Una necesidad se inmiscuía en mis pensamientos: tenía que hablarle. Tenía que conocerlo y saber más sobre él. Esto me significaría dos ventajas: podría dejar de elucubrar estúpidas historias y además tendría material para escribir un buen relato. Pero en realidad eso no era importante, se trataba sólo de un divague mío. Tuvieron que pasar varios meses hasta que una determinada suma de casualidades (acompañadas de la inevitable causalidad de mi recorrido) convergieran en un par de segundos y yo, sumido en mi automatismo, fuese llamado a participar en una ineludible variación de la rutina. 
Fue una de tantas vueltas del club a casa. Esa noche caía una lluvia fría, no torrencial pero continua. Al llegar a las escaleras, lo vi. Como tantas otras veces, allí abajo, sobre los primeros tres escalones, estaba sentado sobre su maletín y con su baso de whisky cargado de cerveza a un lado. Esta vez lo vi más que otras veces, es decir, lo noté de una forma particular. Llovía y pese a que llevaba puesta una campera para el viento, su ropa estaba empapada. Al pasar a su lado vi como de la corta visera con la que la campera contaba, caía un fino desagote de agua sobre sus pantalones. Sostenía entre los dedos de su mano derecha, acodada sobre su rodilla, un cigarrillo apagado, húmedo y doblado. Me iba acercando al punto de la escalera en el cual me encontraría lo más cerca posible a su persona, para luego comenzar a alejarme nuevamente,  bajando los último escalones con la misma velocidad con la que había bajado los primeros. Creí haberme preocupado por un instante por él, es decir, no sólo por el personaje sino también por la persona. Esta vez su imagen era más que decadente, era entristecedora. „Es cierto“ me dije „la lluvia tiñe todo de melancolía“ y esto podría estar generando en mí un falso sentimiento de solidaridad, pero si existía un momento para ver de qué o quién se trataba este individuo, este era el momento. Tenderle una mano o sencillamente disculparme y presentarme serían excusas suficientes. Llegué al escalón donde tomaría la decisión y mi marcha no se detuvo en lo más mínimo, continúe desandando niveles sin siquiera pensar en el hombre allí sentado. Ese razonamiento efímero que hacía algo menos de un instante aturdía mi andar, se había esfumado sin más. Terminé de bajar la escalera y me detuve para esperar que una auto pase antes de cruzar la calle. Esos segundo alcanzaron para que el ancia de repetición para la cual que yo parecía estar rogando, quedara obsoleta, y la realidad, la cambiante realidad, me diera la pauta de que algo había cambiado. Escuché a mis espaldas dos palabras que parecieron una, apretadas en una pregunta. En un cerrado alemán y luego en un desmejorado inglés: Feuer/fire? Me di vuelta y lo vi nuevamente. Me miraba con una inocencia torturante. Y aunque oculté mi sorpresa, no pude evitar preguntar: wie bitte?(¿cómo?). A lo que el hombre contestó con la misma doble-palabra pero esta segunda vez acompañando con un gesto, levantando levemente el cigarrillo en su mano derecha: Feuer/fire? Entonces entendí que me estaba pidiendo fuego para encender su inencendible cigarrillo húmedo. Rápidamente ensayé un falso gesto de disculpas y le respondí que no tenía fuego. Él asintió y escondió su frente nuevamente entre sus piernas. Volví a darle la espalda. Dudé un segundo. Ya no venían autos por los lados. Crucé la calle y una vez del otro lado ya me encontraba nuevamente a salvo, en mi rutinario y flexible camino. Ese segundo de duda tuvo sus débiles replicas durante los siguientes 200 metros, pero una vez llegado al puente, la noche ya se había llenado de repeticiones y repeticiones y repeticiones que calmaron y sedaron mi conciencia. En retrospectiva pienso que, pese a su triste figura acentuada por la lluvia y su inusual forma de hablar, ese hombre siguió sin significar en mí algo sustancial, algo de una importancia suficiente para detenerme y brindar mi ayuda, sea, cuanto menos, habiéndome interesado mínimamente por su persona.
Es discutible. Tal vez el hombre no requiriese de ayuda, tal vez ofrecerle mi ayuda hubiera significado sólo un acto reflejo por verlo allí empapado con su triste cigarro. Puede que él sólo haya querido estar solo y que nadie lo molestase. Puede que haya encontrado un sitio donde  hurgar en lo más profundo de sus pensamientos. Es discutible si el ofrecer ayuda en todo caso es o no realmente un acto de bien. Pero lo que no me resulta discutible (aunque discutiría al respecto sin dudarlo) es la acción de reconocer al otro, el interés por el otro, cargar de existencia al cuerpo húmedo que se repara a si mismo de la lluvia. La desidia y el desinterés son armas letales. Son de los peores males del ser humano, y si bien puedo no ser yo quien dé a esta persona la solución a sus problemas (si los tuviera), sí está en mí el reconocimiento para con el otro. Sin YO no hay OTRO, en tanto el OTRO me necesita para estar allí y en ese su instante.
Evidentemente este momento que sinceramente me incomodó, un poco por mi dificultad para relacionarme con desconocidos y otro poco por la alarma de egoísmo que en mi se encendió; produjo un profundo cambio en mi recurrente y flexible rutina. A partir de esa fugaz situación, la escalera en mi camino rutinario se transformó en un espacio de expectativa. Sea saliendo de la inmensa playa de estacionamiento que la precedía, o tomando la curva antes de descender en el camino de vuelta. Mi estado consciente tomaba total posesión de mis sentidos, de mi aquí y ahora, y en mi nacía la esperanza y la amenaza de encontrarme con el hombre que fumaba y bebía sentado en los primeros escalones de la desolada escalera. Aveces esta extraña sensación me divertía, hacía del monótono trayecto un juego de azar que podría significar otro extraño intercambio de palabras, y aveces me molestaba, me incomodaba muchísimo pensar que este hombre había elegido un lugar tan poco ameno para sentarse a deprimirse o meditar y que gracias a su atípico gusto por los espacios fríos, húmedos y nauseabundos, mi rutina, mi preciada sensación de repetición se veía asaltada y destruida; y yo no podía hacer nada al respecto porque que él ya se había dirigido a mi, y nuestros universos ya no eran paralelos sino que se había cruzado en una inevitable coincidencia.
He preguntado a varios lugareños si conocían sobre la existencia de este personaje, pero nadie lo conoce. Nadie que yo conozca se lo ha cruzado en forma consciente y mucho menos han hablado con él. Hace unos días, volviendo del club, ya habiendo cruzado la calle luego de bajar las escaleras, me di cuenta de que casi a la mitad del puente, sentado sobre su maletín, acuclillado y con la cabeza gacha, con su falso vaso de whisky a un costado, se encontraba este personaje (como esperándome). El desalmado volvió a llamar poderosamente mi atención. Ya no se encontraba sentado en las escaleras sino a la mitad del puente. Una técnica formidable en la utilización de los detalles por parte del hombre. Claramente él no me estaba esperando, pero entendí que yo sí lo esperaba a él. No lo había visto en toda la semana y ya sólo quedaba un día, el jueves. Lo hallé sentado y deshecho, y como de costumbre, tal como la rutina manda, pasé a su lado pretendiendo ignorarlo. 
La última vez que nos encontramos tuve en claro que tanto como mi vida diaria había sido víctima de este personaje, su vida diaria también había sucumbido ante mis intromisiones. Paseaba yo acompañado de mi hijo cuando al cruzar una playa de estacionamiento, vimos cerca de unos arbustos un cuerpo desplomado. Un hombre derribado boca abajo sobre su brazo derecho. No parecía estar descansando. Yacía bajo el sol ardiente del mediodía sobre el asfalto del estacionamiento, postrado como quien se desvanece inesperadamente y cae sin tiempo de preparar su caída o su aterrizaje. Supuse lo peor, y sin demostrar frente a mi hijo extrema alarma, tomé mi teléfono y llamé a emergencias. La voz que atendió mi caso me aseguró rápidamente que una ambulancia se encontraba en camino, y me pidió que me cerciorará de que la persona allí tendida todavía respiraba. Atendiendo a sus instrucciones me acerqué lo suficiente para ver el perfil de su rostro que besaba el asfalto. Bajo su cavidad nasal a la vista se veía un hilo de sangre seca. Aparté el cochecito en el cual mi hijo aguardaba, y todavía en comunicación con emergencias, me acerqué aun más al cuerpo, apoye mi mano sobre su hombro trajeado y entre los nervios de la expectativa sólo se me ocurrió hablar. Pregunté con entonación firme y clara en alemán: Lebst du noch? (¿estás vivo?). Un fuerte sentimiento de vergüenza me atrapó justo después de elaborar mi torpe pregunta, pero mientras me hundía en idiotez, el cuerpo se movió, su cabeza se giró hacia mi y dejó ver una cara familiar, que pese a su desmejorada condición, maquillada con sangre seca y partículas relucientes de asfalto, se apiadó de mi preocupado espíritu y sonriente, con una inesperada tranquilidad y aplomo, el hombre que cada lunes, martes o jueves fumaba sentado en la escalera asintió dándome a entender un „sí, aun estoy vivo“.
Cuando los paramédicos llegaron, el hombre todavía me miraba sonriente, una extraña fuerza invisible no había atado por nuestras miradas. Yo, con una mano sobre la manija del cochecito y utilizando la otra como referencia de apoyo, miraba entre preocupado y asombrado al hombre que con su presencia daba por tierra todas mis inservibles especulaciones. Me apartaron cual mugre en la escena del accidente, levantaron al hombre y comenzaron a hacerle preguntas de protocolo que nunca escuché. Cuando me fui el hombre estaba sentado al borde de la parte trasera de la ambulancia, ambos paramédicos continuaban con el protocolo de salud, y el hombre contestaba de memoria, como quien ha estudiado cada respuesta, y a lo lejos me miraba, sonreía y me veía irme con mi hijo, por entre los transeúntes, las calles y los autos, me miraba y sonreía mientras los paramédicos le tomaban la presión.

miércoles, 10 de agosto de 2016

¿Quién soy? ¿De qué juego?

La identidad y el futbol 5



Mudarse a otro país significa, entre otras cosas, mudar de piel. Es decir, quienes lo conocen a uno en la nueva nación, no verán a quien dejó atrás su hogar, sino un hombre con una resplandeciente piel nueva. Si partiéramos de la base de que, en una primera instancia, somos para los demás tan sólo espejos en los cuales los prejuicios de los otros se reflejan, entonces todo lo que se encuentra detrás de este espejo es, en principio, tema pura y exclusivamente nuestro. Nosotros no podemos decidir a temprana edad quiénes somos ya que todavía no hemos sido alguien, y luego, cuando nuestro entorno conoce cada ápice de nuestras histerias, virtudes y miserias, se dificulta (si fuera necesario) armarse nuevamente detrás del espejo que, en este segundo caso, ya no es tal, sino sólo una superficie traslúcida sobre la cual nuestro ser se ha conformado.
Mudarse a otro país significa también mudarse de gente. El entorno social y los allegados son otros, y uno corre con la gran ventaja de poder lijar asperezas de la propia personalidad detrás de la nueva piel. No nos perfeccionamos, sino que somos más consientes de nosotros mismos. Este raro fenómeno varía de acuerdo al entorno en el que uno se mueve, nosotros pasamos a ser quienes queramos, dependiendo de con quiénes estemos, es decir, dejamos de ser un ser social para transformarnos en un seres sociales.
Acercándose el fin de semana, a mi teléfono celular comienzan a llegar mensajes de 3 grupos de contactos, que empiezan a organizar el fulbito del finde. El primero de los grupos es el de estudiantes de la universidad de música, que comienza a funcionar con una iniciativa simple: alguien escribe un número 1 y con el pasar de los minutos otros números comienzan a aparecer (2, 3, 4…). Así sucesivamente hasta que el número sea significativo y permita armar un típico picadito. Este grupo lo conformamos principalmente estudiantes de música (hombres y mujeres) de tantísimas nacionalidades, de diversas partes del mundo. El promedio de edad es de entre 19 y 28 y las prioridades de la mayoría de los/as jugadores/as se reducen al estudio. Suelen jugarse partidos relajados, sin faltas, sin chicanas, sin mucho grito; y sólo aveces los juegos se extienden infinitamente porque el hambre de gloria se apodera de las jóvenes e inestables almas artísticas. El segundo grupo suele activarse casi al final del fin de semana, ya que en realidad sus tertulias deportivas tienen lugar los lunes en la noche. Este grupo lo conformamos mayormente padres de familia (en su mayoría profesionales). En este grupo hay sólo hombres, mayormente de nacionalidad alemana (con algunas excepciones: por ejemplo yo). Si algo caracteriza a estos partidos es la baja demanda deportiva. Por supuesto que sólo por el hecho del inexorable dinamismo del grupo de futbol 5, en el que no se suelen repetir los equipos, cada partido puede guardar alguna sorpresa. Pero lo cierto es que el „buen comportamiento“ y el juego comedido son los pilares de este segundo grupo: hasta hay quien lleva las estadísticas de los juegos. El tercer y último grupo juega siempre los sábados. Este grupo es el que más llama mi atención. En este grupo la excepción es un joven alemán, ya que todos los demás provenimos del extranjero: Iran, Turquía, Argentina, Siria, etc… En estas canchas el griterío es constante, el juego suele detenerse por faltas fuertes, o caídas exageradas o simplemente fallos arbitrales polémicos (aunque no haya árbitro). Este grupo se rige por las más fuertes normas del respeto. Los insultos, los topetazos y las rabietas surgen cada segunda jugada, pero el respeto es inquebrantable. Sólo cuando estas normas tácitas se rompen, es que el juego comienza a terminarse. Un ejemplo de esto sería el siguiente: no es de esperarse que en este grupo un jugador del equipo que lleva una amplia ventaja en el marcador, ensaye un túnel por entre las piernas de un contrario, pretendiendo dejarlo en ridículo. Esto genera problemas con los contrarios y con los compañeros de equipo. Este tercer grupo lo conformamos personas de entre 25 y 35 años, estudiantes, profesionales, trabajadores de oficio, y quienes se la rebuscan. 
Formo parte de los tres grupos, que juegan un mismo deporte pero bajo diferentes reglas socioculturales. Los valores varían de cancha en cancha y quienes se miran en mi espejo también. Por eso me pregunto, ¿soy yo las tres veces el mismo? ¿O soy quiénes en mi se reflejan, dependiendo del partido? Lo cierto es que en los tres grupos suelo jugar de los mismo, y no me refiero a una posición en el campo (en futbol 5 esto es bastante relativo) sino a mi forma de jugar. Si tuviera que ser sincero en este falso ensayo, tendría que develar para quienes me conocen en Argentina un par de mentiras y para quienes me han conocido en Alemania reafirmar ciertas verdades: buscar el hueco, asociarme, ordenar, tocar rápido y simple, enfriar cuando hay que enfriar y acelerar cuando hay que acelerar, son premisas que comencé a practicar en Alemania. Todas ellas me son ajenas en las canchas argentinas, ya que nunca me caractericé por ser un jugador „táctico“ sino más bien fuerte o físico. No hablo de jugar bien o mal, sino sencillamente de jugar.
Esta es una de las tantas mutaciones que he sufrido durante la vida en el extranjero. Por supuesto que la paternidad abrió en mí las puertas (los portones) de la madurez y todos sus pliegues, y esta se refleja hasta en mi forma de juego (que mucho dista de ser „vistosa“). ¿Qué otras cosas seré y no seré aquí en la lejanía? ¿En qué otros aspectos habré cambiado? ¿De qué juego yo? Algunas cuestiones sí parecieran estar más o menos claras: soy los tres grupos, soy sábado de gritos y respeto, domingo despreocupado de todo el hoy y soy lunes de estadísticas. Aparentemente me he convertido en un salón espejado, de entrada gratuita y para todo público, con horario corrido de atención. Imagino un cartel en la entrada: „Venga y mírese con atención, deme de ser“.

domingo, 6 de marzo de 2016

La música clásica y una extraña forma de uso




Ya hace tiempo lo sufría Primo Levi en carne propia en los campos de concentración nazi y hoy en día, salvando las diferencias, pero en una siniestra coincidencia, la exclusión social alemana tiene como principal arma a los grandes compositores de la música clásica.

Algo extraño sucede en las estaciones centrales de trenes y subtes de algunas ciudades alemanas. En el paisaje sonoro propio de los andenes y las marejadas de personas, se entromete un sonido que poco tiene que ver con el contexto. A volúmenes casi inaudibles suena sin descanso, 24 horas ininterrumpidas, la música de Mozart, Brahms y Bach (entre otros). Este fenómeno no deja de llamar la atención, ya que gran parte de las personas que se encuentran en las terminales de trenes están de paso y desconcentradas. Esto descarta la posibilidad de que esta música tenga por función amenizar los corredores y los ventosos accesos de la estación. Algún espíritu romántico podría aventurar que esta música clásica (según su definición comercial) se trate del rumor que el viento alemán acuna, una brisa centenaria que lleva consigo el sonido de una tradición.
La realidad es que cuando el sol se esconde y esta mayoría en tránsito se aleja, las estaciones no quedan vacías. Los seres que Alemania ha invisibilidad comienzan a acomodarse lentamente en lúgubres rincones al reparo del viento y el frío. Estáticos, con otros tiempos y otras necesidades, los alcohólicos y drogadictos se amontonan en las estaciones centrales de tren y subte y pasan gran parte del día debatiéndose naderías o generando alguna pelea que los traiga de nuevo a la realidad. Esta es su forma de sociabilizar y sobrellevar su situación de soledad y/o de calle. No es la fuerza de cohesión en los vicios, ni el apego identitario lo que los mantiene unidos, sino la presión de la exclusión social: la fuerza de una sociedad que ha elaborado perversas técnicas para deshacerse de estos individuos. Quienes padecen fuertes adicciones no son tenidos en cuenta para formar parte activa de la sociedad, sino que se los oculta mediante miserables sumas de dinero („seguros de desempleo“) y artificios morales: ellos son el mal ejemplo. Algunos creen que la música que acompaña en las estaciones tiene como función alejar a los „malos ejemplos“ de estos espacios públicos. A esta teoría la apoya el hecho de que antes de que esta música comenzara a sonar, los excluidos ya se encontraban ahí, y en algún momento, hace ya algunos años, pequeños altoparlantes fueron prolijamente instalados sobre los espacios preferidos por estos grupos de invisibles. La música comenzó a sonar día y noche y nadie pareciera haberse preguntado el por qué, e incluso hasta el día de hoy para muchos alemanes no son claras las razones por las cuales los parlantes fueron instalados. De tanto en tanto algún artículo perdido en un periódico sensacionalista revuelve en la problemática, planteando la posibilidad de que esta música se trate de una forma de agresión subliminal para con los adictos reunidos en espacios públicos.
La utilización de la música como forma de agresión no es algo nuevo en estas tierras. Cabe recordar los registros del escritor italiano Primo Levi, quien relata la tortura que para él significaban las orquestas wagnerianas sonando por los altoparlantes acompañando las marchas en los campos de concentración. En un plano poético pero no menos real, aporta el escritor francés Jacques Quignar en su libro „La violencia de la música“, recordándonos que las orejas no tienen párpados, por lo tanto no podemos cerrarlas para evitar „ver“ el sonido. Sobre la violencia y la música, expresa el ensayista argentino Esteban Buch en su texto „Música y violencia“, la idea de que la música puede significar una agresión psico-acústica en dos instancias: primero como un golpe al oído (literalmente, dependiendo de los decibeles y volumen de la emisión sonora), y luego como una asociación a esta agresión recibida (miedo o una respuesta casi instintiva a buscar resguardo). En esta última forma de violencia es en la que podría basarse la tortura a los excluidos alemanes. Algunas versiones hablan de que ciertos registros melódicos, usuales en los conciertos para violín, generan un daño psicoacústico en los cerebros de los adictos. Otros dicen que el constante „bombardeo clásico“ generaría en los drogadictos una asociación al hogar y un posterior sentimiento de melancolía que les impediría sentirse con ánimos de discutir y los harían dispersarse. Más allá de las teorías y las opiniones, no es casualidad que los lugares en los cuales esta música suena sean espacios públicos, ya que es allí donde los adictos suelen reunirse y de donde nadie puede echarlos. La misma música clásica que supo en tiempos del nazismo desarmar almas encerradas en campos de concentración, pretende hoy esconder o invisibilizar a quienes no pueden formar parte del „debido“ funcionamiento de esta sociedad alemana.

Hace ya un tiempo esta forma de música ha empezado a sonar también en otras partes de la ciudad: entradas de centros comerciales y puertas de instituciones bancarias. Cuando recorriendo la ciudad uno se detiene desatento a pensar hacia donde girar, puede que si la pausa fuera los suficientemente larga, comiese uno a escuchar un susurro musical, un rumor de orquesta que crece y decrece suavemente. No resultará molesto sino curioso y hasta ameno, pero seguramente podrá uno notar también, al mirar al rededor suyo que, sentados en los bancos públicos, en el piso o parados, charlando o discutiendo, se encuentran los excluidos, aquellos que pretenden dejar en ridículo al estilo de vida alemán. El hecho de que esta música se esté propagando en las urbes se debe a dos cosas: que la limpieza ha comenzado a realizarse en otros espacios públicos y que cada vez hay más grupos de adictos excluidos. Los cierto es que contra todo pronóstico y pese a tal tortura, los invisibilizados resisten y sus micro-sociedades excluidas siguen funcionando, brindándoles el amparo humano necesario para sobrevivir cuerdos y arruinados.

sábado, 6 de febrero de 2016

Sonidos y distancias


Felisberto Hernández: escritor y (antes) compositor.

„Después apagaba la luz y seguía despierto hasta que oía entrar por la ventana ruidos de huesos serruchos, partidos con el hacha, y la tos del carnicero“ („El acomodador“ - Felisberto Hernández). Así describe el sonido que precede al sueño de su personaje El Acomodador, el escritor uruguayo Felisberto Hernández. Un sonido que entra por la ventana al mejor estilo Cage y que funciona como arrullo para conseguir finalmente desconectar los pensamientos y dormir. Toda la atención del Acomodador se concentra en las complejas sonoridad del afuera y sus volúmenes intermitentes. La principal cualidad de los sonidos que el carnicero produce al prepara la res, es la distancia, es decir que estos sonidos no se encuentren del todo cerca, y esta lejanía dota al sonido mismo de incertidumbre y produce en el oyente un estado de percepción diferente al del habitual. Este estado se encuentra en los límites de la conciencia. Para escuchar cada ápice del ruido alejado, la percepción debe agudizarse y para ello es necesario limpiar el oído de otras señales que perturben.
„Las Hortensias“ es uno de los pocos (sino el único) cuentos que Felisberto Hernández ha escrito en tercera persona. Esto podría significar que, pese a la divergencia del personaje personaje y el escritor, tal vez haya más de Felisberto en el coleccionista de muñecas que en tantos otros cuentos en los que el mismo escritor es la figura principal, que a su vez relata. La diferencia radica en que, mientras en los cuentos relatados en primera persona los sucesos pertenecen a un plano externo de su ser: sean ocurrencias, anécdotas o historias que le contaron; en „Las Hortensias“ el escritor nos lleva a uno de los rincones más oscuros en su interior. Allí donde las contradicciones profanas afloran. En este mismo relato nos encontramos con una de las texturas sonoras más complejas que Felisberto ha descrito. Una intrincada mezcla de convenciones y distancias. Las obras interpretadas al piano durante los paseos nocturnos del coleccionista se mezclan con los sonidos lejanos de las máquinas del vecino. Esas máquinas sobre las cuales nada sabemos, pero parecieran funcionar día y noche, y que este hombre ha escuchado desde niño, desde que tiene memoria. La relevancia de estos sonidos se refleja en el mismísimo comienzo del relato. En las primeras líneas se lee: „Al lado de un jardín había una fábrica y los ruidos de las máquinas se metían entre las plantas y los árboles“.

Esta textura sonora se compone de varios planos. En un primer plano está la convención. Según el hombre alto de la casa negra, el sonar ideal del piano es cuando este se entrelaza con el constante sonar de las máquinas de atrás del jardín. Un sonido musical convencional como es el piano, acompañado de una fuente poco convencional como son las máquinas. Una segunda instancia es la distancia. Este aspecto se divide en dos: la distancia espacial y la distancia temporal. Las máquinas suenan musicales porque se encuentran lejos. Como ya dijimos, la lejanía juega un rol fundamental en la musicalidad de los sonidos. Eso que significa ruido, se transforma en música a la distancia, a diferencia de la cercanía que el piano requiere, para continuar siendo un piano y no un murmullo sonoro. Por otra parte, estos sonidos mantienen también distancias en los recuerdos del personaje. El piano en un plano actual, sonando en el momento; y las máquinas en un plano pretérito, desde sus recuerdos. En este paisaje sonoro confluyen: tiempo (presente y recuerdos), espacio (distancia) y convenciones (resignificación sonora). Pero hay un tercer factor en la música de Felisberto Hernández, y es el de la incertidumbre. Dentro del entramado sonoro que se nos describe, diferenciamos una tercera fuente. Esta fuente sonora es poco clara y se encuentra oculta detrás de los sonidos del piano y las máquinas. Son sonidos intrusos, no musicales, los cuales al prestarles especial atención desaparecen. Estas irrupciones son para el escritor uruguayo una paradoja. Forman parte vital del entramado sonoro que acompaña su relato, pero no deberían estar allí. Se trata de la irremediable realidad y sus problemas. Estos sonidos que Felisberto (el Felisberto interior) no puede aislar, son los que alimentan sus contradicciones y mezclan sus sentimientos. Son los sonidos del devenir de una historia: rechinares de puertas, voces que susurran y articulaciones defectuosas. Aveces son reales y otras sólo producto del deseo de encontrar, detrás de ese paisaje sonoro, un jardín, una verdad que nunca será revelada: las máquinas y sus hermosas melodías.

sábado, 12 de septiembre de 2015

The Real New Complexity


Impresiones de la 6° bienal de música contemporánea electroacústica „Next Generation“ en Karlsruhe, Alemania. Cómo la tecnología puede opacar el proceso compositivo.

El primer problema es pretender definir un mar de diversidad. El segundo problema es pretender definir un segundo mar de diversidad y pretender luego analizar la injerencia del segundo sobre el primero en la escena musical contemporánea. Planteado este dilema, este texto tendrá la difícil tarea de referirse a dos cuestiones: la composición musical y la tecnología aplicada a la música, sin llamarlos por sus „nombres de pila“, que no son más que motores de vaguedad y ambigüedad que pretenden estrechar el espectro de análisis.
Esta problemática es seguramente el gusano en la manzana, lo que poco a poco va pudriendo la fruta y devorándola en su interior. Puede suceder, que cuando la composición utiliza como herramienta fundamental las nuevas tecnologías, corra con el riesgo de que la herramienta tecnológica pese más que el proceso compositivo en si, o incluso que la misma música. El problema radica en que cuando uno se encuentra frente a tales obras, los procesos compotitivos relucen en la superficie y dejan en evidencia la poca profundidad de la obra en cuestión.
Del 22 al 28 de Junio, tuvo lugar en la ciudad alemana de Karlsruhe la 6° bienal de música contemporánea electroacústica „Next Generation“, que constó de disertaciones de diversos temas en relación a la aplicación de la tecnología en la música, instalaciones sonoras y una serie de conciertos. Los laboratorios electroacústicos de las escuelas superiores de música de Alemania (y una de Zurich, Suiza, como invitada) participaron de esta bienal. Cada escuela tuvo su concierto en los cuales los estudiantes de composición de dichas instituciones presentaron sus obras. Presenciar todos los conciertos no debería haber generado, necesariamente, hartazgo sonoro alguno, pero, contrariamente a esta suposición, los conciertos de la „Next generation 6.0“ mostraron una marcada tendencia hacia una crudeza compositiva que dejaba en evidencia el sonido tecnológico de las piezas, ese chapoteo en las orillas de la música. Cuando hablamos de tendencia, dejamos en claro que no todas las piezas sucumbieron a este fenómeno. Las piezas exentas pertenecían claramente a otra búsqueda artística, siempre partiendo de alguna aplicación tecnológica (video, controladores remotos, sensores de movimiento, sensores de actividad cerebral, sets MIDI, parches MAX, síntesis granular, etc…) pero con un contenido extra, sea la escena, la utilización de la espacialidad, la narrativa o algún tipo de aspecto performático. Es decir que la tecnología no era más que tecnología, y no la totalidad de la obra.
La pérdida de expectativa es el principal síntoma que precede al escepticismo. Cuando el porvenir se deshace en sonidos recurrentes y la tendencia anuncia cómo es que la próxima obra sonará, entonces puede que nos encontremos frente al abuso de la programación y, peor aún, la falacia de la reducción de intencionalidad y responsabilidad del compositor. La falsa premisa es no entender al programa, a la programación, al togel y al random, como instrumentos musicales. El resultado es claro y conciso: suena a tecnología, a computadoras con manzanitas iluminadas en sus tapas. Tal vez, una de las razones de esta sobredosis tecnológica sea la abundancia de recursos financieros con la que estos laboratorios de música electroacústica (y en consecuencia los estudiantes) cuentan. Estos apéndices institucionales suelen recibir un presupuesto propio con el que cada año renuevan y completan su arsenal. Esta abundancia de recursos es la que genera escasez de problemas, ya que el tenerlo „todo“ puede enturbiar la realidad. Si bien contar con tantos recursos puede significar una ventaja, la problemática (uno de los motores creativos del arte) puede ser mucho más difícil de detectar, y por lo tanto tratar.
Uno de los pasos en la composición electroacústica es la solución práctica del aspecto técnico, que va desde la conformación de un parche MAX hasta la elección de plug o canon para el cableado. En medio de estos requerimientos se encuentra el contenido netamente musical, que puede verse afectado y/o influenciado en esta instancia en la que lo que uno pretende delibera con lo que uno puede. El constante enfrentamiento de estas dos fuerzas es el motor del avance tecnológico (el imparable avance tecnológico) en el campo artístico musical, que brinda al compositor tantas posibilidades como problemas. Cada nueva posibilidad para ejecutar tal o cual cosa en tal o cual espacio, conlleva tantas otras tales y cuales dificultades. La música contemporánea electroacústica parece dirigirse hacia una suerte de Post New Complexity como una síntesis de estas dos potencias del querer y el poder del compositor electroacústico, tanto en el proceso de composición como en la eventual contingencia de la presentación. 

En realidad, para ser más específicos, deberíamos llamarla Real New Complexity, (Nueva complejidad real) porque no surge como una búsqueda de la complejidad, sino que deviene de la búsqueda de nuevas soluciones prácticas, es decir, la solución al problema real y concreto. Partiendo siempre desde este ínfimo punto en el universo que la bienal „Next generation“ significa, se puede notar, como espectador y como participante, que los irremediables desperfectos técnicos que cada compositor sufre en las pruebas generales son la verdadera complejidad. Para que las obras funcionen, para que estas suenen, el compositor/intérprete debe sortear una serie de pormenores no ajenos a la composición en si de la obra. En esta „nueva generación“ musical, en el mejor de los casos, la complejidad no brillará como el personaje principal que alguna vez se pretendió que sea, sino que quedará supeditada al contenido real de la obra y su factibilidad, y será sólo la sombra de la música y no su obvio fundamento; ya que, en definitiva, compleja es la realidad y complejas son las personas.